En el año 2016, a raíz de la experiencia de una persona muy cercana, comencé a interesarme por temas relacionados con la identidad de género. Por aquel entonces, estaba a punto de comenzar el tercer año del grado en Psicología y nunca antes había conocido a una persona trans, al menos no ‘cara a cara’. Por supuesto, había visto a algunas personas trans aparecer en programas de televisión—por ejemplo, Carmen de Mairena o ‘La Veneno’—, pero realmente nunca me había detenido a reflexionar en profundidad sobre lo que significaba ser trans. ¿Qué era exactamente eso de la ‘identidad de género’? ¿Por qué había personas con una identidad de género ‘distinta’ a lo que yo—y cualquiera—esperaría encontrarse? ¿De dónde provenía ese sufrimiento que caracterizaba a muchas de ellas? ¿Qué opciones tenían? ¿Y qué podíamos hacer, como futur@s psicólog@s, para ayudar a estas personas a vivir mejor?

A partir de este momento, empecé a leer y a investigar sobre las experiencias del colectivo trans. La literatura era extensa y muy variada, pero todos los autores coincidían en un punto: aún quedaba mucho por hacer. Yo quería aportar mi granito de arena, por lo que ideé una pequeña intervención comunitaria para mejorar el acceso a los servicios de salud por parte de las personas mayores lesbianas, gays, bisexuales y transgénero (LGBT) y lo presenté como trabajo de fin de grado. Posteriormente me matriculé en un máster en estudios de género, donde adquirí un marco de pensamiento—y una serie de herramientas conceptuales—que me permitieron comprender las experiencias de las personas trans desde una perspectiva más amplia.

Seguí investigando. Hasta que un día de mediados de 2019, navegando por YouTube, me topé de manera accidental con el vídeo de una persona que decía haber ‘destransicionado’. El vídeo, lamentablemente, ya no está disponible en la plataforma, pero recuerdo el gran impacto que me generó escuchar su testimonio. Se trataba de una persona que había decidido reidentificarse como mujer tras años de tratamiento hormonal y varias intervenciones quirúrgicas. Era la primera vez que escuchaba la palabra ‘destransición’; de hecho, era la primera vez que me planteaba siquiera la posibilidad de que una persona quisiera revertir su proceso de transición de género. Tal y como me había sucedido tres años antes, un sinfín de preguntas comenzaron a agolparse en mi mente. ¿Por qué había personas que decidían destransicionar? ¿En qué consistía exactamente esta decisión? ¿Había realmente posibilidad de ‘volver atrás’? ¿Y qué se podía hacer para proporcionar apoyo y ayuda a estas personas?

Empecé a investigar y pronto me di cuenta de que la información era sorprendentemente escasa, especialmente en nuestro país. Los estudios publicados se podían contar con los dedos de una mano y la mayor parte de las referencias provenían de vídeos e historias compartidas por internet. Fue entonces cuando decidí orientar el trabajo de fin de máster a estudiar la destransición. En dicho trabajo, presenté la historia de vida de una persona española que había destransicionado e incluí las reflexiones que su experiencia y testimonio me habían suscitado.

Progresivamente, comencé a darle vueltas a la idea de llevar a cabo un estudio más amplio y detallado que ‘aunara’ todo aquello a lo que me había dedicado durante los últimos tres años. Me interesaba especialmente comprender por qué algunas personas proseguían felizmente en sus procesos de transición de género, mientras que otras los detenían o los revertían. ¿Eran realmente tan distintas entre sí? También deseaba averiguar qué se podía hacer para que sus experiencias, necesidades y demandas se viesen reflejadas en nuestra práctica como profesionales de la salud. ¿Cuál era la mejor forma de ayudar a estas personas en sus procesos identitarios?

Así fue como nació NORTASUN, un estudio que busca reflejar la creciente multiplicidad y complejidad de las experiencias identitarias relacionadas con el género.

¿Qué es NORTASUN?

¿Qué NO es NORTASUN?